miércoles, 22 de julio de 2009

Todo lo del rico es robado.






Todo lo del rico es robado.

Sobre un gamín millonario.



India, África, Sur América. Inmediatamente saltan a la memoria escenarios color marrón mustio; oscuros, muchas veces en luz y en todos los casos en tono. Calcuta, Nigeria, Rio de Janeiro. Lugares ahora evocados como imagen húmeda de filme independiente. Miseria, injusticia y masacre. Ambientes toscos de degradación humana.



India, una de las mayores potencias mundiales en armamento, cuna de una de las más sólidas tradiciones espirituales de la humanidad, es también nicho de una de las más sorprendentes y generalizadas miserias, que redunda en la perpetuación de la empresa de la mendicidad. La rentabilidad de la lástima, respaldada por un sistema ideológico en el cual la desigualdad hace parte del orden social, es la fuerza constitutiva de la invencible degradación humana a la que ya nos tiene acostumbrados el síndrome de la actualidad y su abundancia de imágenes.



Así proliferan en las imágenes comunes los más impensables escenarios de miseria en los que subsisten precariamente miles de millones de personas. Bípedos sin rostro. Todos tan distantes como infinitamente próximos. Cualquieras y nadies. Indiferencia moral y visual que se convierte en el elemento mas escandalosamente perverso de la cultura y la economía contemporánea.



La proliferación de esta indiferencia se ha traducido en una tendencia visual de crítica: una parodia vacía de crítica, un pasticheJameson, Frederic (1991) 1998 “La lógica cultural del capitalismo tardío”, en: Teoría de la posmodernidad, Trotta, pp. 23-83. , una fetichización estética del orden establecido, que castra las posibilidades de búsqueda de justicia. En la producción audiovisual, este pastiche involucra una afición por el realismo que se combina con la saturación visual para presentar un panorama hiperrealista, apabullante y desolador. El infinitesimal espectador, solitario y desorientado, adopta resignadamente la aceptación dolorosa de la humillación ajena.



En mi opinión, Slumdog millionaire, o como lo traduciría al dialecto Bogotano, "El Gamín Millonario", ha logrado tanta resonancia y acogida por que reta la idea que se tiene de la miseria en la cultura visual y en la moral colectiva. La pornomiseria es aquél lugar cercano a películas como La Vendedora de Rosas, Ciudad de Dios y la más reciente 14 Kilómetros, que equilibran su impactante confrontación visual de denuncia con un abandono de las posibilidades de alteración del orden de las cosas y una iconolatría de la pobreza extrema. A ella llegan otras películas como El Colombian Dream, que caricaturiza injustificadamente todos los aspectos de la vida sórdida del trópico, presenta un caótico panorama donde sólo se comprende el calor por la saturación de colores, y sólo deja como posible reacción la risa cínica.



Por el contrario, la película de Danny Boyle plantea y reitera una crítica a esta naturalización de la miseria. Para recordarnos que el pensamiento aceptado es sobre el estado normal de las cosas implica que el miserable no debe tener cómo dejar de serlo: durante el interrogatorio se repite que Jamal no puede haber sabido las respuesta, por que su vida no le había dado las posibilidades de instrucción suficiente para poseer un conocimiento que valga 20 millones de rupias. Esta suma, de cualquier modo, debe ser inalcanzable para un paria en Calcuta. Es el orden natural de las cosas.



Este orden naturalizado también subyace a la brevedad del luto por la muerte de la madre, que relata la realidad de la miseria con normalidad obligatoria, y cuenta un silencio sobre lo que años atrás era motivo de escándalo. La orfandad en situaciones tan amenazantes antes hubiera motivado toda una película, pero para Jamal y Salim esto sólo consume un momento, pues es sólo el principio del advenimiento de infinitas desgracias.



Los infantes subsisten infraviviendo, con los medios y criterios de la indigencia obligatoria. Si el desamparo y el abuso hacen parte de lo normal, quienes los viven los saben así y desarrollan distintos talentos por encima, o mas bien muy por debajo, del bien y del mal. Jamal esquiva la realidad y se convierte en el nuevo héroe que no sólo sobrevive en la mierda sino que la utiliza como blindaje para escabullirse y beneficiarse de las situaciones más hostiles y dramáticas. Su misión por el autógrafo del vedette simboliza lo que hacen innumerables talentos humanos a diario: aprovechar las más exoticas oportunidades para sacarle provecho hasta a la miseria.



A pesar de la economía de guerra, el conocimiento, el talento y la fuerza están donde se tiene programado que no esté, en los residuos poblacionales de niños que casi viven y casi mueren de todo lo que la nada social puede brindarles. Persisten en medio de una indiferencia que perpetúan la injusticia y la violencia, a pesar del avasallamiento de la economía fantasmática, en la que lo más rentable es la acumulación ciega de riquezas en unos pocos y la eliminación física del enemigo.



Los significados que transitan en las calles se entrelazan en la miseria,y conforman conocimientos inadvertidos pero preciosos para quienes tienen mucho menos que nada. De los residuos de lo despojado, de la riqueza que es robada a todos, se fugan excepciones y resistencias. Todo tiende al equilibrio y si la miseria degradante es admitida para cada vez más seres humanos, también debe serlo la opulencia no tan fortuita para un sucio gamín. Este gamín millonario recuerda que la miseria es rentable, que produce lo que unos pocos se roban, pero que también crea conocimientos irrefutables, ideas de dignidad y supervivencia inalienables que hacen que, de una manera u otra, las cargas se equilibren al fin y al cabo, así sea bajo las mismas reglas de los usurpadores.



Todo lo del rico es robado. Robado del pobre.




domingo, 31 de mayo de 2009

Hancock: un manifiesto moral contemporáneo

El exceso de información, sumado a las múltiples posibilidades de visualizar lo irreal, o contrafactual, hacen que la realidad misma (a la que ya no se donde ubicar) se difumine en miles de posibilidades. Y tal multiplicidad de posibilidades realizadas distorsionan la ética colectiva, lo que crea nuevas y exóticas necesidades. Es la llamada sociedad del miedo, también calificada como sociedad líquida. Todo vale.
Y de esta sociedad del miedo, dispuesta todo con tal de salvarse, es manifiesto Hancock. Éste, la resurrección del anti-héroe, arrastra su existencia sin historia, con un don que, por no tener un origen desconocido, no tiene una finalidad más allá de lo inmediata y aparentemente conveniente. Auxilia a cercanos desvalidos, roba a quienes aparentemente gozan de abundancia y no se molesta en amabilidades ni disculpas por que sabe que todos los lazos emocionales están condenados a la perversión y al dolor.
Miserable eterno, Hancock carece de pasado o de futuro, y por tanto de moral y sueños. Sustituye el dolor y la nostalgia por un infinito enojo, y sus agresiones continúan por que simplemente nadie más tiene la fuerza para contrarrestarlo. Sin embargo, estamos obligados a creer que tras esa imagen de canalla descarado hay una esencia bondadosa y sensible que simplemente se defiende del mundo, y que justifica sus “equivocaciones” con la esperanza de una futura reivindicación, pues es lo que se espera del negro y pobre personaje superdotado. Y así, en nombre de un esteroetipo de minoría, que evidencia tras su agresividad un gran reclamo social y que encarna y demanda su reivindicación, se construye una justificación para la agresión a otros, los independientes que se las arreglan desde lugares y situaciones normales.
Lógicamente, en este agobiante manifiesto moral, la justificación aparece; tardía y confusamente, pero aparece. Su igual-opuesto, mujer blanca de fuerza infinita, el amor de su vida, la única que puede comprender y recordar su origen y su destino, es también la condenada a destruirlo. El amor imposible pero inevitable, basado en la inevitable destrucción del objeto amado, significa la concreción del destino humano, que no ve otra alternativa que el sacrificio de “unos pocos” (individuos, sentimientos o valores) en beneficio de una estabilidad mediocre y de la perpetuación de un sistema social que nadie parece tener derecho a cuestionar.
En Hancock hablan el sistema sociopolítico mundial y la democracia liberal, que han entrado en crisis y se muestran viles y perversos, justo después de haber satanizado y sacado del panorama a cualquier otra alternativa. ¿Para que destruir? Para proteger lo inmediato. ¿Por qué la guerra? Porque no hay nada mejor: porque funciona. Sigue adelante, trágate tu dolor, resignate a tu miseria y no esperes nada mejor.

domingo, 10 de mayo de 2009

"Wake me when it's over" o el mal olvido norteamericano

X-Men es uno de los más exitosos productos audiovisuales masivos de la era global. Su universo se emite desde Estados Unidos, como representación del enfrentamiento entre mutantes, minoría con ventajas biológicas, y humanos, mayoría con ventajas políticas; se plantean y resuelven interrogantes concernientes a los modelos colectivos de ciudadanía, nación e individuo. Su vigencia y éxito de taquilla se debe a la representación simbólica de principios ideológicos históricos y la interpelación ideológica que mediante la ficción científica se hace al espectador. 

Viniendo de un país cuya política exterior es en gran medida la política exterior del mundo, la relación entre ideología, cultura y política se hace trascendental para la justificación y connotación de las acciones estadounidenses en del mundo. Cada episodio se enfoca en un tema conflictivo y central para la construcción de identidad y es tratado a profundidad entre el espectáculo de las persecuciones, los planos heredados de viñetas y los poderosos personajes. En el cabezote de X-Men Origins: Wolverine, se acude desesperadamente a la historia para resignificar y rejustificar las identidad y acción norteamericana para el resto del mundo.

Al inicio, el tortuoso siglo XIX. La pérdida, el dolor y el deseo de venganza se convierte en el hecho fundacional. Se descubre la violencia como único medio posible de sobrevivencia y de impartición de justicia: "I didn't mean it - Yes you did, he had it coming", es el diálogo entre los pequeños Victor y James, que descubren su doloroso don y quedan por él condenados al rechzo colectivo. La huida se hace inevitable: "Keep running and don't look back", es la única alternativa para escapar del irresuelto dolor del pasado. Así, la violencia se constituye como única conducta posible y justificada y comienza la carrera de guerra y mal olvido y que construye al héroe norteamericano.

La huida violenta y desesperada de estos infantes canadienses atraviesa la historia norteamericana, a través de las guerras que la definen como nación crisol de naciones y que configuran los factores claves de su líderazgo mundial. La estética de los cuadros quietos cargados de emoción, que evoca a la fotorreportería, mistifica las guerras: la de secesión, fundacional de la nación, en la cual la siempre justificada furia de los héroes entrega sus fuerzas a la causa de la democracia. Luego, la primera guerra mundial, reproducida en su recuerdo más patente y característico, las trincheras, y la segunda guerra mundial, con el emblemático desembarco en normandía, son representadas con un tinte de honor y salvación mundial que justifica la intervención militar y la muerte sin medida. Finalmente, vietnam, la guerra trauma, la que perdió sus justas metas y que debido a su prolongación se convirtió simplemente en la degradación inevitable de los valores guerreros.

En vietnam, el honor y los justos fines abandonan la escena; Victor y James llegan a un límite, y cuando el debilitado honor intenta contener la furia justificada de venganza, ésta sólo declina momentáneamente. La guerra se vuelve irregular y salvaje: el otrora honorable y salvador ejército norteamericano, ejecuta un fusilamiento sobre sus dos mejores soldados. "Wake me when it's over", finaliza magistralmente la introducción a la historia norteamericana; la muerte es un impasse momentáneo, pues siempre habrá una nueva guerra en donde se desfogarán los inevitables impulsos de venganza y muerte, que hará posible seguir existiendo como guerreros y en la cual una memoria de merecida venganza justificará la conducta cada vez menos honorable y cada vez más cuestionada de la milicia norteamericana. 

Una vez más, en la realidad de la ciencia ficción, el olvido, la venganza y el cinismo son las únicas posibilidades para que la identidad norteamericana siga existiendo. Es la muerte de la historia y el altruismo como motivación; sólo queda la acción instintiva, guiada por el dolor.  El único guerrero posible es aquel sin escrúpulos, que no teme morir por que no muere y que no sabe por que actúa por que su pasado no es digno de recordar.