martes, 6 de marzo de 2012

Querido catéter subclavio

¿Alguien de ustedes ha tenido un catéter subclavio? Como apunte, el nombre se me hace precioso, a éstas alturas de la vida. Me son familiares los tubos de aparato médico, del tipo que siempre están rodeados se sábanas blancas y menaje metálico. Esos que son asociados a escenarios de penitencia que son esencialmente soportados, en todo el sentido que permita este adjetivo. Esos lugares que frecuentan no pocos malvivientes por quebrantos de salud irrenunciables. 

Durante algunos años de mi infancia y adolescencia fui un personaje en constante riesgo. Se gestó y consumó una avería irreversible en mi organismo; una prioridad maléfica que te sumerge en el mundo del aguante, el dolor y la supervivencia casi obligatoria. Una enfermedad crónica: un estado de quietud, retroceso y avance en un vehículo que no manejas, pero a cuya delantera siempre vas. La condición de enfermedad hace de toda tu vida una sola serie momentos últimos. Así estés en una agonía monótona e interminable, cada momento es crucial e impredecible. Siempre se está dudando de una muy cercana fecha de expiración. La paciencia es el único recurso; como una escalera infinita en medio de la soledad absoluta del dolor físico. Cada peldaño es tan único y conocido, que solo puedes acostumbrarte a seguir sin preguntar.

Adquirí la costumbre de conversar con un obstáculo vital de manera tan visceral y continua, soportando apenas el dolor, amándolo casi. Para mí, el dolor físico era una puerta a otras explicaciones y otros comportamientos. Hablaba desde un lugar social que merecía (y afortunadamente obtenía) siempre el máximo de atención. Todo lo concerniente a mí era sumamente serio: era tradicional la junta médica en la respectiva institución para decidir el procedimiento a seguir. Mi cuerpo nuevo pagó las consecuencias inesperadas de tener lugares de salud en un cuerpo enfermo. Sin embargo, me siento muy afortunada de muchas cosas de esa experiencia. Como tenía la mente vivaz y nueva de la infancia, absorbía rápidamente todo conocimiento, y como había sido criada entre libros y conversaciones "importantes", tomaba todo al pie de la letra. Y aquello pareció bueno al fin y al cabo, pues mi existencia y mi bienestar, incluyendo todos los sentimientos y sensaciones, dependían de la precisión de mis maniobras. El dolor era mi molesto justificante; era mi fuente de conocimiento mientras estaba, y mi recompensa en su ausencia.

Creo que las enfermedades crónicas condensan en su catástrofe el máximo reto de la ciencia médica; sostener a toda lo que no tiene cura en un aferramiento a la existencia corporal. Considero que esta idea sobre la existencia y permanencia a costa, incluso del bienestar, es un dictamen hegemónico que cada quien puede terminar usando a su favor.  Para la estructura de pensamiento moderno, la impensabilidad de la escapatoria del cuerpo significa la entrega profunda a lo inexplicable del dolor. Colectivamente, la vida acostumbrada al padecimiento quieto y permanente se traduce en una mentalidad conformista y tolerante; esto erosiona las perspectivas de cualquier horizonte de un mejor mañana. Poder comprender esta actitud en distintos aspectos de la vida cotidiana no hace capaces de superar sus consecuencias y construirnos con sus enseñanzas.

¿Que tánto se piensa en las condiciones cotidianas de los llamados, con algo de eufemismo, pacientes crónicos? La lógica médica, tal como la conocemos, se concreta en clínicas, exámenes, hospitalizaciones y medicamentos. Pero esta lógica no termina de comprender la dimensión profunda y sentida del ser un "paciente". Quiero explorar la dimensión del dolor, más como experiencia que como manifestación, y que ha quedado opacada por la constante búsqueda de la supervivencia y la búsqueda de la ciencia. 

Pero, nuevamente: no creo que haya nada más profundo e individual que la experiencia del dolor físico, ni tan evidentemente prioritario que su atención. Tampoco dudo de las consecuencias psíquicas de él. Creo que es un desconsuelo, profundo y sereno, sobre sobre la sinrazón intrínseca de la existencia. Y al volverse una actitud de vida, evoluciona y encarna distintas variables que nunca buscan tener sentido. 

Esto, como el dolor, no tiene ningún sentido. Es solo el momento culmen de un presente que muere continuamente. Es un confuso esbozo de la sensación límite de la existencia humana.