Las colosales dimensiones de las múltiples debacles superan cualquier especulación. La destrucción de la tierra, su cuenta de cobro, la crisis económica, las guerras inventadas, los nuevos fascismos, las epidémicas enfermedades mentales y las patológicas relaciones interpersonales segan las esperanzas de mejoría individual, e individual y colectivamente nos vemos abocados a recurrir a escapismos sensualistas cuyo gozo nos infundan la energía suficiente para sobrevivir. Por que eso es lo único que se espera de la vida, sobre todo en un país como éste, donde el desplazamiento forzado ya es una longeva constante demográfica, donde las cifras oficiales ya ni se ocupan de los desaparecidos y cuentan a las ventas ambulantes como empleo, y donde se olvida que aún hay niños que pasan todo un día con un tinto y un pan e incluso menos.
Hay que seguir saliendo, aunque el sistema de transporte "modelo" sea, por decir lo menos, indigno y escandalosamente costoso; sobrevivir es un deber, a pesar del rastrero sistema laboral y de seguridad social, que obliga a los trabajadores a comprar el derecho a una remuneración con dinero prestado; la esperanza debe pesistir, aunque a cada minuto surjan evidencias de las dimensiones del horror y de la cercanía del peligro. El optimismo aunque obstinado, colapsa. Este momento es eterno: todo un hoy, un día eterno y oscuro que se muestra tan aciago como aquellos textos que leia cuando soñaba con que todo podìa ser mejor.
Sólo espero poder despertar mañana.
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