domingo, 31 de mayo de 2009

Hancock: un manifiesto moral contemporáneo

El exceso de información, sumado a las múltiples posibilidades de visualizar lo irreal, o contrafactual, hacen que la realidad misma (a la que ya no se donde ubicar) se difumine en miles de posibilidades. Y tal multiplicidad de posibilidades realizadas distorsionan la ética colectiva, lo que crea nuevas y exóticas necesidades. Es la llamada sociedad del miedo, también calificada como sociedad líquida. Todo vale.
Y de esta sociedad del miedo, dispuesta todo con tal de salvarse, es manifiesto Hancock. Éste, la resurrección del anti-héroe, arrastra su existencia sin historia, con un don que, por no tener un origen desconocido, no tiene una finalidad más allá de lo inmediata y aparentemente conveniente. Auxilia a cercanos desvalidos, roba a quienes aparentemente gozan de abundancia y no se molesta en amabilidades ni disculpas por que sabe que todos los lazos emocionales están condenados a la perversión y al dolor.
Miserable eterno, Hancock carece de pasado o de futuro, y por tanto de moral y sueños. Sustituye el dolor y la nostalgia por un infinito enojo, y sus agresiones continúan por que simplemente nadie más tiene la fuerza para contrarrestarlo. Sin embargo, estamos obligados a creer que tras esa imagen de canalla descarado hay una esencia bondadosa y sensible que simplemente se defiende del mundo, y que justifica sus “equivocaciones” con la esperanza de una futura reivindicación, pues es lo que se espera del negro y pobre personaje superdotado. Y así, en nombre de un esteroetipo de minoría, que evidencia tras su agresividad un gran reclamo social y que encarna y demanda su reivindicación, se construye una justificación para la agresión a otros, los independientes que se las arreglan desde lugares y situaciones normales.
Lógicamente, en este agobiante manifiesto moral, la justificación aparece; tardía y confusamente, pero aparece. Su igual-opuesto, mujer blanca de fuerza infinita, el amor de su vida, la única que puede comprender y recordar su origen y su destino, es también la condenada a destruirlo. El amor imposible pero inevitable, basado en la inevitable destrucción del objeto amado, significa la concreción del destino humano, que no ve otra alternativa que el sacrificio de “unos pocos” (individuos, sentimientos o valores) en beneficio de una estabilidad mediocre y de la perpetuación de un sistema social que nadie parece tener derecho a cuestionar.
En Hancock hablan el sistema sociopolítico mundial y la democracia liberal, que han entrado en crisis y se muestran viles y perversos, justo después de haber satanizado y sacado del panorama a cualquier otra alternativa. ¿Para que destruir? Para proteger lo inmediato. ¿Por qué la guerra? Porque no hay nada mejor: porque funciona. Sigue adelante, trágate tu dolor, resignate a tu miseria y no esperes nada mejor.

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